lunes, 23 de diciembre de 2013

EXPLIQUE EL ARCHIPIELAGO CARCELARIO

EL ARCHIPIELAGO CARCELARIO ES EL MAXIMIZADOR DE LAS TECNICAS DEL PROCEDIMIENTO PUNITIVO PENITENCIARIO.
LA BASE DEL SISTEMA ES EL PANOPTICO QUE TRATA DE  LA CONTINUA VIGILANCIA DE TODA LA SOCIEDAD, BAJO LOS OJOS OMNIPRESENTES Y OMNISCIENTES DE LA SOCIEDAD MISMA, A PARTIR DE LOS AGENTES SOCIALIZADORES COMO LA FAMILIA, LA ESCUELA Y EL RESTO DE LAS INSTITUCIONES DISCIPLINARIAS.
EL MODELO PENITENCIARIO REPRESENTADO POR EL ESTADO TODO, SANCIONA Y EJECUTA A PARTIR DE FORMAS MULTIPLES, DIFUSAS Y COMPACTAS LAS BASES QUE ESTABLECEN LA CONDUCTA SOCIAL POR MEDIO DEL CASTIGO.
CARACTERIZANDO A LA SOCIEDAD POR LA FORMA QUE ABSORBE EL SENTIR LEGITIMADOR DEL PODER DE CASTIGAR.

sábado, 26 de octubre de 2013

NIETZSCHE

CRITICA A LA IDEA DE UN "MUNDO VERDADERO"

LA VIDA PARA NIETZSCHE SE VINCULA A LA MULTIPLICIDAD, EL ESPÍRITU DIONISÍACO Y LO INSTINTIVO. VA A IR EN CONTRA DE LA VERDAD ESTÁTICA.
SE VINCULA A LO PASIONAL, A LA FURIA QUE TIENE EL SER HUMANO, AL SALVAJISMO; EL HOMBRE SERÁ UN ANIMAL MUTANTE.MIENTRAS QUE PARA ARISTOTELES ES RACIONAL, PARA NIETZSCHE SERÁ PASIONAL Y CREATIVO.

LA VERDAD CRISTIANA NO ES SUPERIOR PORQUE NIEGA LA CARACTERÍSTICAS HUMANAS, NIEGA LA VIDA. DE AQUÍ LA EXPRESIÓN "DIOS HA MUERTO", SI LA VERDAD CRISTIANA NIEGA LA VIDA, HAY QUE SUPRIMIRLA.

ESTA SUPRESIÓN GENERA UN ESTADO ANOMICO POR LA AUSENCIA DE NORMAS, EL NIHILISMO. 

NIETZSCHE PROPONE NUEVAS TABLAS, NUEVOS VALORES, UNA VEZ SUPRIMIDA LA REALIDAD CRISTIANA OTRO MUNDO APARECERÁ.

DESARROLLO DE LA TRANSVALORACIÓN DE LOS ESCLAVOS EN EL PAPEL DEL RESENTIMIENTO.

NIETZSCHE DISTINGUE DOS CLASES: LA DE LOS SEÑORES Y LA DE LOS ESCLAVOS. 
LA CLASE DE LOS SEÑORES A SU VES ESTA COMPUESTA POR DOS CASTAS: LA GUERRERA Y LA SACERDOTAL.
ASÍ, LA SEGUNDA DERIVA DE LA PRIMERA Y SE CONVIERTE EN SU ANTÍTESIS.
LA CASTA DE LOS GUERREROS PRACTICA LAS VIRTUDES DEL CUERPO; LA CASTA SACERDOTAL SE DEFINE POR LA IMPOTENCIA E INVENTA EL ESPIRITU.
AMBAS CASTAS SON RIVALES. DE ESA RIVALIDAD SE DA EL SALTO DE UNA MORAL DE SEÑORES A UNA MORAL DE ESCLAVOS, YA QUE LO SACERDOTES MOVILIZAN A LOS ESCLAVOS DÉBILES Y ENFERMOS CONTRA LA CLASE DOMINANTE DE LOS GUERREROS.
ESTA MOVILIZACIÓN ES POSIBLE INVIRTIENDO LOS VALORES ARISTOCRÁTICOS, CREANDO UNA MORAL DE ESCLAVOS QUE COMIENZA CON EL PUEBLO JUDÍO, HEREDADA Y ASUMIDA POR EL CRISTIANISMO.
SOLO ALLÍ EL SACERDOTE TRIUNFA SOBRE EL GUERRERO.

EL "SUPERHOMBRE"

NIETZSCHE VE AL SUPERHOMBRE COMO EL HOMBRE NUEVO QUE APARECE TRAS LA MUERTE DE DIOS. LO CONCIBE COMO EL INDIVIDUO FIEL A LOS VALORES DE LA VIDA, AL SENTIDO DE LA TIERRA.
FUE CONTRARIO AL IGUALITARISMO, PARA NIETZSCHE HAY HOMBRE INFERIORES Y HOMBRES SUPERIORES; EL SUPERHOMBRE PERTENECE AL SEGUNDO GRUPO.
A PARTIR DE LA "MORAL DE LA VIOLENCIA", ATRIBUYE LA FALTA DE COMPASIÓN, LA CRUELDAD, LA FUERZA, EL GUSTO POR LA ACCIÓN, EL DESPRECIO POR LOS DÉBILES, EL COMBATE Y LA GUERRA.
EL HOMBRE AL QUE HAY QUE SUPERAR ES EL QUE SE SOMETE A LOS VALORES TRADICIONALES, A LA "MORAL DEL REBAÑO".

KANT - "PRINCIPIO DE UNIVERSALIDAD"

LO QUE PERSIGUE KANT, ES FUNDAMENTAR UNA ÉTICA RACIONAL UNIVERSAL, BASADA EN LEYES QUE DETERMINAN LA VOLUNTAD Y QUE NO PUEDEN ESTAR SUSTENTADA EN LA PLURALIDAD DE FINES, PUESTO QUE ESTOS VARÍAN.
SI PUEDE HABER UNA ÉTICA RACIONAL, ESTÁ DESCANSARÁ SOBRE PRINCIPIOS UNIVERSALES Y NO SOBRE RELATIVISMOS CULTURALES  O HISTÓRICOS.
"OBRA DE MANERA QUE LA MÁXIMA DE TU VOLUNTAD PUEDA SERVIR SIEMPRE COMO PRINCIPIO DE UNA LEGISLACIÓN UNIVERSAL"

ANÁLISIS DE "WALKING AROUND"

INTRODUCCIÓN

El poema, se ubica en su obra Residencia en la tierra. Este texto aparece en la Segunda Residencia (1927‐1935). El sentimiento de solidaridad triunfará en el mundo sobre el individualismo – sensibilidad tocada por la experiencia de la Guerra Civil española (1936‐1939) en la que el fuerte pesimismo predominante del poeta será la nota dominante y Walking around será uno de sus ejemplos más potentes. 

Residencia en la tierra fue escrita por Neruda en un momento muy particular de su historia. 
Para contextualizarla podemos establecer una división de su obra en cuatro épocas y ubicar 
esta obra en la segunda de ellas, cuando sale de Chile en 1927 hacia Oriente como embajador en Java, lo que pone ante sus ojos todo un nuevo mundo. Este “descubrimiento” impactará en su sensibilidad en la que la materialidad de las cosas, las presentes y también las ausentes, inundará su poesía. Neruda no reside, es ajeno al mundo: la obra –su título es por demás significativo– es una forma de canalizar tal vez su necesidad de pertenecer a un lugar. 
En cuanto a su evolución estilística, Neruda buscó distintos estilos para comunicarse con el 
lector. Al realizar una clasificación de los mismos identificamos cuatro facetas: 

  • la primera denominada “estilo directo” 
  • la segunda “estilo experimental”
  • la tercera “estilo indirecto” al que corresponde esta obra.
  • la cuarta y última “estilo directo” nuevamente (representa esta un retorno parcial a formas anteriores). 

Neruda llega al denominado período de “expresión indirecta” luego de una etapa de búsqueda de un estilo propio que lo despegue totalmente de sus primeras épocas, expresando cierto rechazo hacia posiciones estilísticas modernistas como las de Rubén Darío. 

El primer fruto de este período es precisamente Residencia en la tierra, cuyo proceso de 
elaboración llevó muchos años.
Los cambios son notorios: el poema de amor corto y de expresión directa se transforma en un extenso poema unitario, con cierta unidad de inspiración y muchas veces expresión indirecta. Utilizará recursos incomunicables a menudo para el lector, como los sueños, o la metáfora surrealista, descomponiendo la realidad desde una visión íntima y extremadamente subjetiva e irracional. 

Este proceso impactó en los lectores del propio autor, por un lado a aquellos seguidores que se sintieron extraviados ante el cambio de estilo y el carácter expresivo de su primera poesía, y por otro lado los llamados “snobs” quienes creían que la poesía no debía partir de la condición de ser entendible o inteligible para el lector común y vieron en este estilo de Neruda, conocido como un período oscuro, una etapa fértil y positiva. Las técnicas de expresión indirecta reciben la influencia vanguardista que hacen que la distancia entre escritor y lector se vaya haciendo más grande, tanto así que corre riesgo la función comunicativa del arte.

DEL TEXTO

En otro orden, Walking around, poema que integra la Segunda Residencia, es un texto 
compuesto por diez estrofas, cuyos versos son libres, por lo que Neruda no se ajusta a una 
estructura formal predeterminada. Construye, pues,  un poema flexible, a tono con las 
tendencias artísticas del siglo XX, las que rechazaban radicalmente lo tradicional y las 
estructuras regulares de las obras poéticas. 

El título del poema, está íntimamente relacionado con la realidad del autor: al viajar 
conocerá otros lugares que se abrirán frente a sus ojos, nuevos idiomas, nuevas culturas, lo 
que le imprimirá un carácter cosmopolita. Por ello se explica el título Walking around, ese 
viajar alrededor del mundo, de las cosas, ese andar vagabundo y sin descanso. Andar del 
poeta‐yo lírico – el poema está tocado por un fuerte carácter autobiográfico– que sugiere una relación de ajenidad o extrañamiento con aquello que tiene delante de sí, extrañamiento que alcanza también al universo lingüístico evidenciado en el mismo título en inglés, que contrasta con el cuerpo del poema cuyo vehículo es el español: desencuentro de lenguas, de culturas, encrucijada del yo. Como en muchos títulos de Neruda, este es abierto, nos inclina a 
hipótesis diversas acerca de los contenidos del texto en sí. Ese “caminando alrededor” como 
sentido primero del título se liga a la situación del yo lírico de movimiento marginal, de tránsito permanente en torno al mundo, de imposibilidad de ocupar el centro o algún punto de centralidad. Acaba como una especie de espectador del mundo, el que se le ofrece como 
mero espectáculo, y en su calidad de testigo nos transfiere una visión íntima de la realidad.

El yo lírico se encuentra, a lo largo del poema, rodeado de imágenes cotidianas y urbanas. 
Apelará a este tipo de imágenes ya que de acuerdo a su especial sensibilidad a la naturaleza de las cosas busca en ellas conocer el mundo y mostrarlo, escapando de la abstracción. En el texto va a tener una gran importancia la materia; el poeta nos habla constantemente de lo urbano, lo artificial de la ciudad, nos pone frente a nuestros ojos un mundo que se desarma frente a nosotros, frente a nuestros pasos, a nuestra trascendencia como seres en la Tierra. El mundo para Neruda, no es un mundo nuevo, no es un mundo habitable: es un mundo catastrófico en el que suceden hechos como la Shoá, las guerras, etc. En el poema la ciudad es el espacio privilegiado aunque negativo; elemento antipoético acuñado ya por el vanguardismo –el futurismo en particular– y más allá, y originalmente, por Baudelaire, que puebla el texto: satrerías, cines…

El poema comienza con la frase "Sucede que me canso de ser hombre"; es un cansancio de tipo existencial. En esta estrofa encontramos un símbolo típico del modernismo llevado a la ruina: el cisne, bello e inofensivo, es cubierto por lo artificial, el fieltro. El ser de fieltro también le implica absorberlo oscuro del mundo.

La segunda estrofa refleja la desesperación que tiene el hombre cuando huele lo artificial; el solo olerlo le alcanza para repudiarlo. Hay un efecto de acumulación con la repetición de la 
conjunción copulativa "ni", que sirve a la enumeración de aquellas cosas que rechaza o repudia; la repetición enfatiza ese sentimiento. 

La tercera estrofa nos remite al comienzo, "Sucede que me canso…"; nos sugiere ese cansancio o agobio del inicio, se cansa incluso de todas las partes de su cuerpo, se cansa de sí mismo.

La cuarta estrofa es una de las más ricas en cuanto al contenido del poema. Comienza con un conector con el que se inicia un rescate de algo positivo: "Sin embargo…" Aparecerá una 
comparación y una contradicción simultáneamente entre un notario y un lirio, lo que busca 
explicar la materialidad del mundo. Neruda nos quiere mostrar que se puede asustar al 
notario, que es un trabajo en el que se está rodeado constantemente de elementos artificiales – el papel, la tinta, el estar en un universo oficinesco– con una flor, símbolo de lo natural. Aparece aquí una expresión típica surrealista; aparece asociada la imagen de una monja y la de un golpe de oreja, asociación ilógica que nos recuerda la metáfora surrealista que invita a que la idea se comprenda al tomar la totalidad de la imagen con la que podemos entender que el matar a una monja se manifiesta en contra de la Iglesia y Dios. Este fue el creador de este mundo y lo que se pregunta Neruda aquí es cómo Dios pudo crear este mundo material, artificial, catastrófico. Si lo vinculamos con su terrenalismo sabemos que Neruda es ateo, por lo que nos puede sugerir que para él Dios es artificial también, una invención, como un “artefacto abstracto”; importa para él el aquí y ahora y no otra fuerza en el mundo. 
Hay un paralelismo: sería bello, sería delicioso; mediante este sugiere aquellas cosas que son necesarias para terminar con tanta artificialidad. El ir con un cuchillo verde nos sugiere darle vida al mundo, expresa la necesidad de matar este mundo artificial con lo natural, esa cualidad surrealista del verdor asociado, en tanto elemento asociado a la naturaleza, con lo inorgánico y frío y rígido y artificial del cuchillo.

La séptima estrofa comienza con la expresión "el día lunes…, expresión ambigua al anticipar la posibilidad de inaugurar algo, de ruptura con lo mecánico, pero que al mismo tiempo anticipa lo rutinario de la vida, que es lo que acaba imponiéndose y multiplicando la asfixia y el agobio de un ser cuya superficialidad se potencia. 

La octava estrofa dice: …los hospitales donde los huesos salen por la ventana. El recinto hospitalario desborda casi por “sus poros”, como hastiado, y es una sensación similar a la del yo lírico que se siente agobiado de tanta carga, de la acumulación. 

La novena estrofa es otra de las más ricas y es totalmente surrealista; utiliza un polisíndeton 
para hacer más pesado a través del efecto acumulativo, como antes lo hiciera con los 
hospitales. "Yo paseo con calma… Neruda después de todo lo que expresa nos dice que pasea con calma, imagen de tranquilidad interior que va a culminar con furia y olvido. Hay dos posiciones frente al mundo: puede pasear con calma como si lo que lo rodea fuera ignorado por sus ojos, mientras que por otro lado nos da la sensación de que este mundo lo tocase hasta generarle furia, como si experimentara un doble movimiento de huida y retorno al mundo, de desencuentro y encuentro doloroso. Pero el yo lírico parece tocar el mundo pero no lo alcanza porque se coloca finalmente como espectador, ve al mundo pero no lo habita ya que no es un mundo habitable. Lo ve con furia y olvido porque aunque no habite en él no le agradan las cosas que ve en él, le producen furia, le repugna lo artificial, trata de olvidarlo y lo tranquiliza aparentemente ese no estar en el mundo.

Lo artificial, además, sirve como escenografía por la que transita: "Cruzo oficinas y tiendas de ortopedia". Esta ser artificial en un mundo de tiendas que construyen artefactos que remedan el cuerpo, lo sustituyen como prótesis. Incluso no nombra al humano sino a sus prendas, a su entorno, a aquello que oficia de ornamento, que lo inviste y lo deshumaniza; sugiere la idea de un hombre vacío.

La metáfora surrealista es una buena aliada del poeta que halla en su entorno la impronta de 
lo irracional o absurdo. Es recurso poético pero también visión del mundo. Es asociación por la emoción antes que por la lógica de aquello que genera perplejidad y la imposibilidad de darle un sentido y alojarlo en nuestro mundo interior. Así: navegando en un agua de origen y ceniza, o hay pájaros de color de azufre, o tiritando de sueño, hacia abajo, en las tripas mojadas de la tierra, o el día lunes arde como el petróleo… Ejercicio de interpretación para el lector, de asociación, que no elude el contraste con lo concreto y aparentemente univalente de 
imágenes como hay ropas colgadas de un alambre… que posee el efecto de lo concreto sin más, del paisaje con apenas rastros de humanidad, que se deshumaniza –todo acaba en la enumeración de elementos vulgares que parcializan al sujeto: calzoncillos, toallas y camisas que lloran lentas lágrimas sucias. 

El poema va a culminar con la expresión "lentas lágrimas sucias". La imagen genera un 
contrasentido: las lágrimas cumplen la función de limpiar, de purificar, pero no en este caso en el que son sucias, asociadas a la fatalidad de lo contaminado por formar parte de este mundo. 

A lo largo del poema podemos apreciar cómo el poeta nos muestra la realidad desfigurada, 
nos ilustra otra realidad y, de este modo, la percibimos desde otras perspectivas. En este 
sentido, podemos considerar a Neruda un poeta que educa nuestra mirada permitiéndonos 
redescubrir las cosas que en él habitan no solo pensándolas sino, especialmente, sintiéndolas.

WALKING AROUND - TEXTO

Sucede que me canso de ser hombre. 
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines 
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro 
navegando en un agua de origen y ceniza. 

El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos. 
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana, 
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines, 
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores. 

Sucede que me canso de mis pies y mis uñas 
y mi pelo y mi sombra. 
Sucede que me canso de ser hombre. 

Sin embargo sería delicioso 
asustar a un notario con un lirio cortado 
o dar muerte a una monja con un golpe de oreja. 
Sería bello 
ir por las calles con un cuchillo verde 
y dando gritos hasta morir de frío. 

No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas, 
vacilante, extendido, tiritando de sueño, 
hacia abajo, en las tripas moradas de la tierra, 
absorbiendo y pensando, comiendo cada día. 

No quiero para mí tantas desgracias.
No quiero continuar de raíz y de tumba, 
de subterráneo solo, de bodega con muertos, 
aterido, muriéndome de pena. 

Por eso el día lunes arde como el petróleo 
cuando me ve llegar con mi cara de cárcel, 
y aúlla en su transcurso como una rueda herida, 
y da pasos de sangre caliente hacia la noche. 

Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas, 
a hospitales donde los huesos salen por la ventana, 
a ciertas zapaterías con olor a vinagre, 
a calles espantosas como grietas. 

Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos 
colgando de las puertas de las casas que odio, 
hay dentaduras olvidadas en una cafetera, 
hay espejos 
que debieran haber llorado de vergüenza y espanto, 
hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos. 

Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos, 
con furia, con olvido, 
paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia, 
y patios donde hay ropas colgadas de un alambre: 
calzoncillos, toallas y camisas que lloran 
lentas lágrimas sucias.

PABLO NERUDA (1904 - 1973).

EL POETA Y LA POESÍA - NERUDA (Chile 1904-1973)

Neruda ha manifestado su opción por una poesía impura, “Me niego a masticar teoría” afirmó en 1957, expresando su elección por la naturalidad por encima del artificio orfebreril. 
Es que Neruda es un poeta natural; pero esto no significa, sin embargo, que improvisase o desatendiese los aspectos técnicos.  Hay en él un fuerte anti-intelectualismo: Neruda quiere ser un poeta conectado con la naturaleza, con la que de hecho vive en comunión simbiótica. Con la naturaleza y los objetos. Su semántica y sus intuiciones son, preferentemente emocionales.
En política, incluso, es socialista emocional y no intelectualmente o por haber leído a Marx. A su poética, por tanto, se la podría describir como la poética de la emoción o de la comunicación por la emoción. 
Unas palabras suyas lo confirman: "Tengo hasta cierto desprecio por la cultura; como interpretación de las cosas me parece mejor un conocimiento sin antecedentes, una absorción física del mundo". (Neruda, Confieso que he vivido). 
Además, Neruda entiende la poesía funcionalmente, como poesía servicial. Ideológicamente hay en él un populismo histórico que se proyecta de esa forma en su discurso poético. Su poesía pretende ser comunión con aquellos que están condenados a la marginalidad en un mundo que los excluye. Por ello no es extraño que su voz se eleve en múltiples ocasiones particularmente contra el Creacionismo de Huidobro. Para él "todo poeta debe actuar como un artesano", contribuyendo con su palabra y su actitud a la construcción de la sociedad, a la transformación de las condiciones que rodean al hombre. Esto significa que Neruda concibe la poesía como una herramienta de trabajo y como un instrumento de liberación que es, de acuerdo a algunos críticos, una de las características que vertebran la literatura 
hispanoamericana de esas décadas. Neruda, por lo tanto, y en síntesis, enfrenta a la concepción de la literatura por la literatura y la repudia con energía, renegando de preciosismos y de normas, de escuelas y de teorías, de métodos y artilugios. Su única sujeción es el compromiso de solidaridad. 
García Lorca lo intuyó así cuando, por aquellos mismos años, lo describía como "un poeta que vivía más cerca de la sangre que de la tinta". O, lo que es lo mismo: más cerca de la vida que de la cultura. 
La poesía de Neruda se caracteriza, precisamente, por la identidad y la empatía del poeta y del hombre. A Neruda solo se lo puede leer dentro de su contexto socio-histórico. Para él la poesía no se limita a ser estética, sino conciencia e iluminación y acción transformadora. 
Efectivamente, desafiando a los “ismos” vanguardistas, que parecían inundarlo todo con abstracciones, se afirmó sobre lo anecdótico y lo figurativo, sobre lo tangible y lo palpable. Él es el poeta de las realidades inmediatas y prosaicas del cotidiano vivir. Sus Odas elementales, que a veces parecen verdaderos listados de cosas, constituyen una inmersión en la impureza inevitable de la materia. 
Neruda supo recuperar y redimir la belleza del mundo cotidiano: la belleza de las elementales, anodinas y espurias realidades de nuestro vivir, para la que nos hallábamos ciegos por exceso de rutina en nuestros ojos.

INTRODUCCIÓN A LA POESÍA DESPUÉS DE LAS VANGUARDIAS

La literatura hispanoamericana: poesía de S. XX (Pablo Neruda). 

Antes de abordar el tema de la poesía hispanoamericana, convendría hacer algunas apreciaciones sobre esta literatura –sin diferencias genéricas- durante este siglo. Durante el siglo XX la literatura hispanoamericana ha alcanzado su mayor repercusión internacional. 
Hasta el siglo XIX la literatura americana había tenido un carácter básicamente colonial, pero a partir de ese momento, tras la independencia de los distintos países, se fue gestando una literatura propiamente nacional o continental.
Pueden fijarse tres etapas en la literatura hispanoamericana, que afectan a todos los géneros: el Modernismo de final de siglo; la Vanguardia, comienzo de la modernidad; y la renovación narrativa y poética de los cuarenta. 

Modernismo y Posmodernismo

En Hispanoamérica, el Modernismo surgió como rechazo a la mentalidad utilitaria del positivismo, propio del realismo, y como una cierta continuidad natural del Romanticismo tardío.
El Modernismo literario español tiene su origen en Hispanoamérica. Aquí el movimiento surge a partir de la publicación del Ismaelillo, de José Martí. Con esta obra se inicia una renovación estética que apunta en dos direcciones: 
  • Renuncia a la retórica del Romanticismo hispanoamericano con la búsqueda de una nueva expresión que se halla en la literatura europea contemporánea, especialmente en la francesa.
  • Reacción al materialismo y la deshumanización que dominaba el mundo, consistía en la recuperación del trascendentalismo romántico europeo. 

El florecimiento modernista hispanoamericano viene impulsado por el cubano José Martí y por el nicaragüense Rubén Darío, cuya obra supuso el referente para la lírica hispana de las dos orillas del Atlántico. 

Pronto se experimenta un cierto cansancio de las exageradas retóricas modernistas y se tiende a una expresión más sencilla, esta nueva corriente poética es el Posmodernismo. 

En él habría que incluir los primeros libros de Pablo Neruda.

El Vanguardismo 
Algunos poetas posmodernistas comienzan a incluir, con el paso del tiempo, experimentos vanguardistas en sus textos, influidos por las vanguardias europeas. En los diferentes países americanos se crean revistas y grupos que difunden los ismos europeos y otros creados allí. 
Entre los numerosos movimientos vanguardistas hispanoamericanos, los de mayor trascendencia son el Creacionismo chileno, con Vicente Huidobro, el Ultraísmo argentino con Jorge Luis Borges. 
Poesía hispanoamericana después de las vanguardias 
La lírica camina por vías distintas a partir de los años 20 y 30. La rehumanización de la poesía 
encuentra una vía muy original en la llamada poesía negra o afroantillana.
En general la poesía negra muestra un mundo donde reinan la sensualidad y el vitalismo, a la vez que se denuncia la situación de marginación en que viven los negros y mulatos. Unos de los poetas más importantes es el cubano Nicolás Guillén (1902-89). 
Otro camino de la rehumanización de la poesía es el del compromiso político.

Características:
  • Utilización del verso libre.
  • Significación de los espacios en blanco y signos de puntuación.
  • Menor cantidad de palabras para aumentar la importancia de lo que se dice.
  • Incorporación de elementos "anti-poéticos" como la peluquería, zapateria, cine, etc.
  • Manifestación elitista.
  • Evasión de la realidad o compromiso con causas populares.
  • Nuevo enfoque del amor: el amor implica sensualidad, el erotismo ira siempre unido a la idea de amor.


ANÁLISIS DE "UNA ROSA PARA EMILY"

¿Qué sugiere el titulo?
“Una rosa para Emily” es un titulo que sugiere una persona particular, puesto que su nombre suena como el de una persona dulce; pero al escuchar su apellido pareciera que es algo tenebroso. 
El titulo nos anuncia que se hablara de una mujer algo misteriosa.

Sintaxis 
Este cuento es narrado desde una prolepsis es decir que el autor piensa hacia delante los hechos que narra, sin embargo se analiza una analepsis, es decir un retroceder en los hechos que recuerda y que propiamente narra; pero también de los que omite ya que para atraer la atención del lector economiza información en el relato.

Polisemia
Al título como tal, manifiesta polisemia, puesto que al leerlo nos remitimos a lo que posiblemente se hablara, en este caso, una mujer particular, la flor puede significar muerte o amor o amistad, el elemento de la rosa le da una ambigüedad .

Anclaje externo
Este cuento se desarrolla en dos temáticas, una política como el tiempo de opresión cuando se quieren imponer nuevas leyes. 
Dentro del contexto, nos quiere dar a conocer como actuaban estos políticos al llegar al poder y de cómo para obligarlos además a cumplir, se vale de todas las artimañas habidas y por haber, por otro lado se da una temática social, que hace énfasis en cómo estos personajes del vecindario se comportan con su vecina estando pendiente de ella todo el tiempo como dando a conocer esa curiosidad constante del ser humano.

¿Cómo se relaciona con el resto del cuento?
La relación que guarda el título con el resto del cuento es casi que intima, ya que en este se da la visión del personaje principal, que es una mujer de la cual se habla durante todo el cuento.

Anclaje interno
Una rosa para Emily, alude a un elemento principal que es la vida de esta persona que es una mujer muy extraña, que permanece distanciada de sus vecinos , que no paga impuestos, que se encierra, que sufre situaciones cotidianas pero que sin embargo es un personaje con una expresión un poco desconcertante.
También se narra la presencia de un cadáver en un cuarto pero que nunca se dice que le sucede, el mechón de cabello grisáceo, el mal olor que expedía la casa, el no abrir la puerta en mucho tiempo. 

Emily Grieson: mujer pequeña, gorda, viste de negro, tenía una delgada cadena de oro, usaba bastón de ébano con cabeza de oro, color pálido, descortés, su voz seca y fría. 
Había sido una tradición, un deber,  un cuidado, una especie de obligación hereditaria sobre el pueblo. Ejemplo: Fue absuelta de pagar impuesto por parte del coronel Sartoris.

Relación del inicio con el final:
El inicio de este cuento da una perspectiva de la mujer personaje principal del cual se está hablando y la cual le suceden una serie de acontecimientos, que le dan interés a la narración, por supuesto, el final de la historia aborda la muerte de este personaje.

Narrador:
Es posible decir, que este autor cuenta un asesinato que pasa; en el cual no enfatiza y para darle más intensidad a la narración deja este dato en hiperbaton que nunca se nos revela, permitiéndonos a nosotros como lectores darles las posibles interpretaciones que queramos. Narrador omnisciente.

Focalización: existen en esta narración muchas lagunas, muchos datos de intensidad dados en datos circunstanciales algunos que se revelan en el transcurrir de la narración pero otros que no, estos datos circunstanciales que no se revelan nos dan la oportunidad de recrear lo que sucede a través de los interrogantes.

Final: este cuento tiene un final propio de los cuentos que terminan sin terminar, el autor opta por una economía dentro del relato conjugándolo con algunos datos verosímiles como el polvo, la curiosidad de la gente sobre todo de las mujeres, el veneno, se narra una historia dentro de otra en este caso la de Homer Barron,  el cual se infiere que puede ser el cadáver que se halla en la habitación y la propia de Emily,  entonces es válido decir que esta narración es enmarcada dentro de otra, logra pues que el lector se enganche con el cuento y que al llegar al mismo queda con esa incertidumbre de que pudo pasar con estos personajes, no queda claro porque muere Emily, en conclusión se logra atrapar al lector y mantenerlo.




viernes, 25 de octubre de 2013

"UNA ROSA PARA EMILY" - TEXTO

I
Cuando murió la señorita Emily Grierson, casi toda la ciudad asistió a su funeral; los hombres, con esa especie de respetuosa devoción ante un monumento que desaparece; las mujeres, en su mayoría, animadas de un sentimiento de curiosidad por ver por dentro la casa en la que nadie había entrado en los últimos diez años, salvo un viejo sirviente, que hacía de cocinero y jardinero a la vez.
La casa era una construcción cuadrada, pesada, que había sido blanca en otro tiempo, decorada con cúpulas, volutas, espirales y balcones en el pesado estilo del siglo XVII; asentada en la calle principal de la ciudad en los tiempos en que se construyó, se había visto invadida más tarde por garajes y fábricas de algodón, que habían llegado incluso a borrar el recuerdo de los ilustres nombres del vecindario. Tan sólo había quedado la casa de la señorita Emily, levantando su permanente y coqueta decadencia sobre los vagones de algodón y bombas de gasolina, ofendiendo la vista, entre las demás cosas que también la ofendían. Y ahora la señorita Emily había ido a reunirse con los representantes de aquellos ilustres hombres que descansaban en el sombreado cementerio, entre las alineadas y anónimas tumbas de los soldados de la Unión, que habían caído en la batalla de Jefferson.
Mientras vivía, la señorita Emily había sido para la ciudad una tradición, un deber y un cuidado, una especie de heredada tradición, que databa del día en que el coronel Sartoris el Mayor -autor del edicto que ordenaba que ninguna mujer negra podría salir a la calle sin delantal-, la eximió de sus impuestos, dispensa que había comenzado cuando murió su padre y que más tarde fue otorgada a perpetuidad. Y no es que la señorita Emily fuera capaz de aceptar una caridad. Pero el coronel Sartoris inventó un cuento, diciendo que el padre de la señorita Emily había hecho un préstamo a la ciudad, y que la ciudad se valía de este medio para pagar la deuda contraída. Sólo un hombre de la generación y del modo de ser del coronel Sartoris hubiera sido capaz de inventar una excusa semejante, y sólo una mujer como la señorita Emily podría haber dado por buena esta historia.
Cuando la siguiente generación, con ideas más modernas, maduró y llegó a ser directora de la ciudad, aquel arreglo tropezó con algunas dificultades. Al comenzar el año enviaron a la señorita Emily por correo el recibo de la contribución, pero no obtuvieron respuesta. Entonces le escribieron, citándola en el despacho del alguacil para un asunto que le interesaba. Una semana más tarde el alcalde volvió a escribirle ofreciéndole ir a visitarla, o enviarle su coche para que acudiera a la oficina con comodidad, y recibió en respuesta una nota en papel de corte pasado de moda, y tinta empalidecida, escrita con una floreada caligrafía, comunicándole que no salía jamás de su casa. Así pues, la nota de la contribución fue archivada sin más comentarios.
Convocaron, entonces, una junta de regidores, y fue designada una delegación para que fuera a visitarla.
Allá fueron, en efecto, y llamaron a la puerta, cuyo umbral nadie había traspasado desde que aquélla había dejado de dar lecciones de pintura china, unos ocho o diez años antes. Fueron recibidos por el viejo negro en un oscuro vestíbulo, del cual arrancaba una escalera que subía en dirección a unas sombras aún más densas. Olía allí a polvo y a cerrado, un olor pesado y húmedo. El vestíbulo estaba tapizado en cuero. Cuando el negro descorrió las cortinas de una ventana, vieron que el cuero estaba agrietado y cuando se sentaron, se levantó una nubecilla de polvo en torno a sus muslos, que flotaba en ligeras motas, perceptibles en un rayo de sol que entraba por la ventana. Sobre la chimenea había un retrato a lápiz, del padre de la señorita Emily, con un deslucido marco dorado.
Todos se pusieron en pie cuando la señorita Emily entró -una mujer pequeña, gruesa, vestida de negro, con una pesada cadena en torno al cuello que le descendía hasta la cintura y que se perdía en el cinturón-; debía de ser de pequeña estatura; quizá por eso, lo que en otra mujer pudiera haber sido tan sólo gordura, en ella era obesidad. Parecía abotagada, como un cuerpo que hubiera estado sumergido largo tiempo en agua estancada. Sus ojos, perdidos en las abultadas arrugas de su faz, parecían dos pequeñas piezas de carbón, prensadas entre masas de terrones, cuando pasaban sus miradas de uno a otro de los visitantes, que le explicaban el motivo de su visita.
No los hizo sentar; se detuvo en la puerta y escuchó tranquilamente, hasta que el que hablaba terminó su exposición. Pudieron oír entonces el tictac del reloj que pendía de su cadena, oculto en el cinturón.
Su voz fue seca y fría.
-Yo no pago contribuciones en Jefferson. El coronel Sartoris me eximió. Pueden ustedes dirigirse al Ayuntamiento y allí les informarán a su satisfacción.
-De allí venimos; somos autoridades del Ayuntamiento, ¿no ha recibido usted un comunicado del alguacil, firmado por él?
-Sí, recibí un papel -contestó la señorita Emily-. Quizá él se considera alguacil. Yo no pago contribuciones en Jefferson.
-Pero en los libros no aparecen datos que indiquen una cosa semejante. Nosotros debemos...
-Vea al coronel Sartoris. Yo no pago contribuciones en Jefferson.
-Pero, señorita Emily...
-Vea al coronel Sartoris (el coronel Sartoris había muerto hacía ya casi diez años.) Yo no pago contribuciones en Jefferson. ¡Tobe! -exclamó llamando al negro-. Muestra la salida a estos señores.
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II
Así pues, la señorita Emily venció a los regidores que fueron a visitarla del mismo modo que treinta años antes había vencido a los padres de los mismos regidores, en aquel asunto del olor. Esto ocurrió dos años después de la muerte de su padre y poco después de que su prometido -todos creímos que iba a casarse con ella- la hubiera abandonado. Cuando murió su padre apenas si volvió a salir a la calle; después que su prometido desapareció, casi dejó de vérsele en absoluto. Algunas señoras que tuvieron el valor de ir a visitarla, no fueron recibidas; y la única muestra de vida en aquella casa era el criado negro -un hombre joven a la sazón-, que entraba y salía con la cesta del mercado al brazo.
“Como si un hombre -cualquier hombre- fuera capaz de tener la cocina limpia”, comentaban las señoras, así que no les extrañó cuando empezó a sentirse aquel olor; y esto constituyó otro motivo de relación entre el bajo y prolífico pueblo y aquel otro mundo alto y poderoso de los Grierson.
Una vecina de la señorita Emily acudió a dar una queja ante el alcalde y juez Stevens, anciano de ochenta años.
-¿Y qué quiere usted que yo haga? -dijo el alcalde.
-¿Qué quiero que haga? Pues que le envíe una orden para que lo remedie. ¿Es que no hay una ley?
-No creo que sea necesario -afirmó el juez Stevens-. Será que el negro ha matado alguna culebra o alguna rata en el jardín. Ya le hablaré acerca de ello.
Al día siguiente, recibió dos quejas más, una de ellas partió de un hombre que le rogó cortésmente:
-Tenemos que hacer algo, señor juez; por nada del mundo querría yo molestar a la señorita Emily; pero hay que hacer algo.
Por la noche, el tribunal de los regidores -tres hombres que peinaban canas, y otro algo más joven- se encontró con un hombre de la joven generación, al que hablaron del asunto.
-Es muy sencillo -afirmó éste-. Ordenen a la señorita Emily que limpie el jardín, denle algunos días para que lo lleve a cabo y si no lo hace...
-Por favor, señor -exclamó el juez Stevens-. ¿Va usted a acusar a la señorita Emily de que huele mal?
Al día siguiente por la noche, después de las doce, cuatro hombres cruzaron el césped de la finca de la señorita Emily y se deslizaron alrededor de la casa, como ladrones nocturnos, husmeando los fundamentos del edificio, construidos con ladrillo, y las ventanas que daban al sótano, mientras uno de ellos hacía un acompasado movimiento, como si estuviera sembrando, metiendo y sacando la mano de un saco que pendía de su hombro. Abrieron la puerta de la bodega, y allí esparcieron cal, y también en las construcciones anejas a la casa. Cuando hubieron terminado y emprendían el regreso, detrás de una iluminada ventana que al llegar ellos estaba oscura, vieron sentada a la señorita Emily, rígida e inmóvil como un ídolo. Cruzaron lentamente el prado y llegaron a los algarrobos que se alineaban a lo largo de la calle. Una semana o dos más tarde, aquel olor había desaparecido.
Así fue cómo el pueblo empezó a sentir verdadera compasión por ella. Todos en la ciudad recordaban que su anciana tía, lady Wyatt, había acabado completamente loca, y creían que los Grierson se tenían en más de lo que realmente eran. Ninguno de nuestros jóvenes casaderos era bastante bueno para la señorita Emily. Nos habíamos acostumbrado a representarnos a ella y a su padre como un cuadro. Al fondo, la esbelta figura de la señorita Emily, vestida de blanco; en primer término, su padre, dándole la espalda, con un látigo en la mano, y los dos, enmarcados por la puerta de entrada a su mansión. Y así, cuando ella llegó a sus 30 años en estado de soltería, no sólo nos sentíamos contentos por ello, sino que hasta experimentamos como un sentimiento de venganza. A pesar de la tara de la locura en su familia, no hubieran faltado a la señorita Emily ocasiones de matrimonio, si hubiera querido aprovecharlas..
Cuando murió su padre, se supo que a su hija sólo le quedaba en propiedad la casa, y en cierto modo esto alegró a la gente; al fin podían compadecer a la señorita Emily. Ahora que se había quedado sola y empobrecida, sin duda se humanizaría; ahora aprendería a conocer los temblores y la desesperación de tener un céntimo de más o de menos.
Al día siguiente de la muerte de su padre, las señoras fueron a la casa a visitar a la señorita Emily y darle el pésame, como es costumbre. Ella, vestida como siempre, y sin muestra ninguna de pena en el rostro, las puso en la puerta, diciéndoles que su padre no estaba muerto. En esta actitud se mantuvo tres días, visitándola los ministros de la Iglesia y tratando los doctores de persuadirla de que los dejara entrar para disponer del cuerpo del difunto. Cuando ya estaban dispuestos a valerse de la fuerza y de la ley, la señorita Emily rompió en sollozos y entonces se apresuraron a enterrar al padre.
No decimos que entonces estuviera loca. Creímos que no tuvo más remedio que hacer esto. Recordando a todos los jóvenes que su padre había desechado, y sabiendo que no le había quedado ninguna fortuna, la gente pensaba que ahora no tendría más remedio que agarrarse a los mismos que en otro tiempo había despreciado.
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III
La señorita Emily estuvo enferma mucho tiempo. Cuando la volvimos a ver, llevaba el cabello corto, lo que la hacía aparecer más joven que una muchacha, con una vaga semejanza con esos ángeles que figuran en los vidrios de colores de las iglesias, de expresión a la vez trágica y serena...
Por entonces justamente la ciudad acababa de firmar los contratos para pavimentar las calles, y en el verano siguiente a la muerte de su padre empezaron los trabajos. La compañía constructora vino con negros, mulas y maquinaria, y al frente de todo ello, un capataz, Homer Barron, un yanqui blanco de piel oscura, grueso, activo, con gruesa voz y ojos más claros que su rostro. Los muchachillos de la ciudad solían seguirlo en grupos, por el gusto de verlo renegar de los negros, y oír a éstos cantar, mientras alzaban y dejaban caer el pico. Homer Barren conoció en seguida a todos los vecinos de la ciudad. Dondequiera que, en un grupo de gente, se oyera reír a carcajadas se podría asegurar, sin temor a equivocarse, que Homer Barron estaba en el centro de la reunión. Al poco tiempo empezamos a verlo acompañando a la señorita Emily en las tardes del domingo, paseando en la calesa de ruedas amarillas o en un par de caballos bayos de alquiler...
Al principio todos nos sentimos alegres de que la señorita Emily tuviera un interés en la vida, aunque todas las señoras decían: “Una Grierson no podía pensar seriamente en unirse a un hombre del Norte, y capataz por añadidura.” Había otros, y éstos eran los más viejos, que afirmaban que ninguna pena, por grande que fuera, podría hacer olvidar a una verdadera señora aquello de noblesse oblige -claro que sin decir noblesse oblige- y exclamaban:
“¡Pobre Emily! ¡Ya podían venir sus parientes a acompañarla!”, pues la señorita Emily tenía familiares en Alabama, aunque ya hacía muchos años que su padre se había enemistado con ellos, a causa de la vieja lady Wyatt, aquella que se volvió loca, y desde entonces se había roto toda relación entre ellos, de tal modo que ni siquiera habían venido al funeral.
Pero lo mismo que la gente empezó a exclamar: “¡Pobre Emily!”, ahora empezó a cuchichear: “Pero ¿tú crees que se trata de...?” “¡Pues claro que sí! ¿Qué va a ser, si no?”, y para hablar de ello, ponían sus manos cerca de la boca. Y cuando los domingos por la tarde, desde detrás de las ventanas entornadas para evitar la entrada excesiva del sol, oían el vivo y ligero clop, clop, clop, de los bayos en que la pareja iba de paseo, podía oírse a las señoras exclamar una vez más, entre un rumor de sedas y satenes: “¡Pobre Emily!”
Por lo demás, la señorita Emily seguía llevando la cabeza alta, aunque todos creíamos que había motivos para que la llevara humillada. Parecía como si, más que nunca, reclamara el reconocimiento de su dignidad como última representante de los Grierson; como si tuviera necesidad de este contacto con lo terreno para reafirmarse a sí misma en su impenetrabilidad. Del mismo modo se comportó cuando adquirió el arsénico, el veneno para las ratas; esto ocurrió un año más tarde de cuando se empezó a decir: “¡Pobre Emily!”, y mientras sus dos primas vinieron a visitarla.
-Necesito un veneno -dijo al droguero. Tenía entonces algo más de los 30 años y era aún una mujer esbelta, aunque algo más delgada de lo usual, con ojos fríos y altaneros brillando en un rostro del cual la carne parecía haber sido estirada en las sienes y en las cuencas de los ojos; como debe parecer el rostro del que se halla al pie de una farola.
-Necesito un veneno -dijo.
-¿Cuál quiere, señorita Emily? ¿Es para las ratas? Yo le recom...
-Quiero el más fuerte que tenga -interrumpió-. No importa la clase.
El droguero le enumeró varios.
-Pueden matar hasta un elefante. Pero ¿qué es lo que usted desea. . .?
-Quiero arsénico. ¿Es bueno?
-¿Que si es bueno el arsénico? Sí, señora. Pero ¿qué es lo que desea...?
-Quiero arsénico.
El droguero la miró de abajo arriba. Ella le sostuvo la mirada de arriba abajo, rígida, con la faz tensa.
-¡Sí, claro -respondió el hombre-; si así lo desea! Pero la ley ordena que hay que decir para qué se va a emplear.
La señorita Emily continuaba mirándolo, ahora con la cabeza levantada, fijando sus ojos en los ojos del droguero, hasta que éste desvió su mirada, fue a buscar el arsénico y se lo empaquetó. El muchacho negro se hizo cargo del paquete. El droguero se metió en la trastienda y no volvió a salir. Cuando la señorita Emily abrió el paquete en su casa, vio que en la caja, bajo una calavera y unos huesos, estaba escrito: “Para las ratas”.
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IV
Al día siguiente, todos nos preguntábamos: “¿Se irá a suicidar?” y pensábamos que era lo mejor que podía hacer. Cuando empezamos a verla con Homer Barron, pensamos: “Se casará con él”. Más tarde dijimos: “Quizás ella le convenga aún”, pues Homer, que frecuentaba el trato de los hombres y se sabía que bebía bastante, había dicho en el Club Elks que él no era un hombre de los que se casan. Y repetimos una vez más: “¡Pobre Emily!” desde atrás de las vidrieras, cuando aquella tarde de domingo los vimos pasar en la calesa, la señorita Emily con la cabeza erguida y Homer Barron con su sombrero de copa, un cigarro entre los dientes y las riendas y el látigo en las manos cubiertas con guantes amarillos....
Fue entonces cuando las señoras empezaron a decir que aquello constituía una desgracia para la ciudad y un mal ejemplo para la juventud. Los hombres no quisieron tomar parte en aquel asunto, pero al fin las damas convencieron al ministro de los bautistas -la señorita Emily pertenecía a la Iglesia Episcopal- de que fuera a visitarla. Nunca se supo lo que ocurrió en aquella entrevista; pero en adelante el clérigo no quiso volver a oír nada acerca de una nueva visita. El domingo que siguió a la visita del ministro, la pareja cabalgó de nuevo por las calles, y al día siguiente la esposa del ministro escribió a los parientes que la señorita Emily tenía en Alabama....
De este modo, tuvo a sus parientes bajo su techo y todos nos pusimos a observar lo que pudiera ocurrir. Al principio no ocurrió nada, y empezamos a creer que al fin iban a casarse. Supimos que la señorita Emily había estado en casa del joyero y había encargado un juego de tocador para hombre, en plata, con las iniciales H.B. Dos días más tarde nos enteramos de que había encargado un equipo completo de trajes de hombre, incluyendo la camisa de noche, y nos dijimos: “Van a casarse” y nos sentíamos realmente contentos. Y nos alegrábamos más aún, porque las dos parientas que la señorita Emily tenía en casa eran todavía más Grierson de lo que la señorita Emily había sido....
Así pues, no nos sorprendimos mucho cuando Homer Barron se fue, pues la pavimentación de las calles ya se había terminado hacía tiempo. Nos sentimos, en verdad, algo desilusionados de que no hubiera habido una notificación pública; pero creímos que iba a arreglar sus asuntos, o que quizá trataba de facilitarle a ella el que pudiera verse libre de sus primas. (Por este tiempo, hubo una verdadera intriga y todos fuimos aliados de la señorita Emily para ayudarla a desembarazarse de sus primas). En efecto, pasada una semana, se fueron y, como esperábamos, tres días después volvió Homer Barron. Un vecino vio al negro abrirle la puerta de la cocina, en un oscuro atardecer....
Y ésta fue la última vez que vimos a Homer Barron. También dejamos de ver a la señorita Emily por algún tiempo. El negro salía y entraba con la cesta de ir al mercado; pero la puerta de la entrada principal permanecía cerrada. De vez en cuando podíamos verla en la ventana, como aquella noche en que algunos hombres esparcieron la cal; pero casi por espacio de seis meses no fue vista por las calles. Todos comprendimos entonces que esto era de esperar, como si aquella condición de su padre, que había arruinado la vida de su mujer durante tanto tiempo, hubiera sido demasiado virulenta y furiosa para morir con él....
Cuando vimos de nuevo a la señorita Emily había engordado y su cabello empezaba a ponerse gris. En pocos años este gris se fue acentuando, hasta adquirir el matiz del plomo. Cuando murió, a los 74 años, tenía aún el cabello de un intenso gris plomizo, y tan vigoroso como el de un hombre joven....
Todos estos años la puerta principal permaneció cerrada, excepto por espacio de unos seis o siete, cuando ella andaba por los 40, en los cuales dio lecciones de pintura china. Había dispuesto un estudio en una de las habitaciones del piso bajo, al cual iban las hijas y nietas de los contemporáneos del coronel Sartoris, con la misma regularidad y aproximadamente con el mismo espíritu con que iban a la iglesia los domingos, con una pieza de ciento veinticinco para la colecta.
Entretanto, se le había dispensado de pagar las contribuciones.
Cuando la generación siguiente se ocupó de los destinos de la ciudad, las discípulas de pintura, al crecer, dejaron de asistir a las clases, y ya no enviaron a sus hijas con sus cajas de pintura y sus pinceles, a que la señorita Emily les enseñara a pintar según las manidas imágenes representadas en las revistas para señoras. La puerta de la casa se cerró de nuevo y así permaneció en adelante. Cuando la ciudad tuvo servicio postal, la señorita Emily fue la única que se negó a permitirles que colocasen encima de su puerta los números metálicos, y que colgasen de la misma un buzón. No quería ni oír hablar de ello.
Día tras día, año tras año, veíamos al negro ir y venir al mercado, cada vez más canoso y encorvado. Cada año, en el mes de diciembre, le enviábamos a la señorita Emily el recibo de la contribución, que nos era devuelto, una semana más tarde, en el mismo sobre, sin abrir. Alguna vez la veíamos en una de las habitaciones del piso bajo -evidentemente había cerrado el piso alto de la casa- semejante al torso de un ídolo en su nicho, dándose cuenta, o no dándose cuenta, de nuestra presencia; eso nadie podía decirlo. Y de este modo la señorita Emily pasó de una a otra generación, respetada, inasequible, impenetrable, tranquila y perversa.
Y así murió. Cayo enferma en aquella casa, envuelta en polvo y sombras, teniendo para cuidar de ella solamente a aquel negro torpón. Ni siquiera supimos que estaba enferma, pues hacía ya tiempo que habíamos renunciado a obtener alguna información del negro. Probablemente este hombre no hablaba nunca, ni aun con su ama, pues su voz era ruda y áspera, como si la tuviera en desuso.
Murió en una habitación del piso bajo, en una sólida cama de nogal, con cortinas, con la cabeza apoyada en una almohada amarilla, empalidecida por el paso del tiempo y la falta de sol.
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V
El negro recibió en la puerta principal a las primeras señoras que llegaron a la casa, las dejó entrar curioseándolo todo y hablando en voz baja, y desapareció. Atravesó la casa, salió por la puerta trasera y no se volvió a ver más. Las dos primas de la señorita Emily llegaron inmediatamente, dispusieron el funeral para el día siguiente, y allá fue la ciudad entera a contemplar a la señorita Emily yaciendo bajo montones de flores, y con el retrato a lápiz de su padre colocado sobre el ataúd, acompañada por las dos damas sibilantes y macabras. En el balcón estaban los hombres, y algunos de ellos, los más viejos, vestidos con su cepillado uniforme de confederados; hablaban de ella como si hubiera sido contemporánea suya, como si la hubieran cortejado y hubieran bailado con ella, confundiendo el tiempo en su matemática progresión, como suelen hacerlo las personas ancianas, para quienes el pasado no es un camino que se aleja, sino una vasta pradera a la que el invierno no hace variar, y separado de los tiempos actuales por la estrecha unión de los últimos diez años.
Sabíamos ya todos que en el piso superior había una habitación que nadie había visto en los últimos cuarenta años y cuya puerta tenía que ser forzada. No obstante esperaron, para abrirla, a que la señorita Emily descansara en su tumba.
Al echar abajo la puerta, la habitación se llenó de una gran cantidad de polvo, que pareció invadirlo todo. En esta habitación, preparada y adornada como para una boda, por doquiera parecía sentirse como una tenue y acre atmósfera de tumba: sobre las cortinas, de un marchito color de rosa; sobre las pantallas, también rosadas, situadas sobre la mesa-tocador; sobre la araña de cristal; sobre los objetos de tocador para hombre, en plata tan oxidada que apenas se distinguía el monograma con que estaban marcados. Entre estos objetos aparecía un cuello y una corbata, como si se hubieran acabado de quitar y así, abandonados sobre el tocador, resplandecían con una pálida blancura en medio del polvo que lo llenaba todo. En una silla estaba un traje de hombre, cuidadosamente doblado; al pie de la silla, los calcetines y los zapatos.
El hombre yacía en la cama..
Por un largo tiempo nos detuvimos a la puerta, mirando asombrados aquella apariencia misteriosa y descarnada. El cuerpo había quedado en la actitud de abrazar; pero ahora el largo sueño que dura más que el amor, que vence al gesto del amor, lo había aniquilado. Lo que quedaba de él, pudriéndose bajo lo que había sido camisa de dormir, se había convertido en algo inseparable de la cama en que yacía. Sobre él, y sobre la almohada que estaba a su lado, se extendía la misma capa de denso y tenaz polvo.
Entonces nos dimos cuenta de que aquella segunda almohada ofrecía la depresión dejada por otra cabeza. Uno de los que allí estábamos levantó algo que había sobre ella e inclinándonos hacia delante, mientras se metía en nuestras narices aquel débil e invisible polvo seco y acre, vimos una larga hebra de cabello gris.

William Faulkner (1897-1962).